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noviembre/1882

ley de 10 de noviembre de 1882 2 ley de 30 de noviembre de 1882 2 ley de 29 de noviembre de 1882 1 ley 5
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Un vieja solterona llama a la oficina de un abogado y le dice a la recepcionista que quiere hablar con un abogado acerca de preparar un testamento. La recepcionista le sugiere hacer una cita para que acuda a la oficina a ver al abogado. Afligida, la mujer explica:

Tiene que entender, señorita, que yo he vivido sola casi toda mi vida; raramente le veo la cara a alguien y no me gusta salir de mi casa. ¿Hay alguna posibilidad que el abogado venga a mi casa?

La chica de la recepción habla con el abogado y éste acepta entrevistarse en la casa de la solterona. Cuando el abogado llega a la casa de la mujer, su primer pregunta fue:

—¿Cuáles son sus propiedades y cómo desea distribuirlas en el testamento?

—Aparte de los muebles y los artefactos eléctricos que usted ve aquí, tengo una cuenta de ahorros de US 50,000 — 56.000 Euros — 9.317.000 pesos.

—¿Y qué piensa hacer con el dinero? — le cuestiona el joven abogado.

—Bueno, como ya les expliqué, yo he vivido una vida muy recluida. La gente del barrio no saben ni quién soy yo. Me gustaría apartar 45 mil para el funeral.

—Con un funeral así de grande de seguro que hasta en las noticias la van a dar a conocer. Pero, dígame, que piensa hacer con los otros US 5,000?

—Pues como nunca he sido casada y nunca me he acostado con un hombre. Yo quiero usar el resto del dinero para hacer arreglos con un hombre para que se acueste conmigo. ¿Usted cree que me pueda conseguir a alguien?

Esa noche, cuando el abogado le estuvo contando a su esposa la petición tan rara que había hecho su nueva clienta, la esposa le insinuó lo mucho que podrían hacer con los US 5,000 extras. Después de convencerlo, acuerdan que él iba a ganarse ese dinero, no sin antes advertirle:

—Te voy a llevar a la casa de la solterona mañana tempranito, y te voy a esperar a que termines.

La mañana siguiente, la mujer lo llevó a la casa de la solterona y lo esperó. Pasaron tres horas y como el esposo no salía, la mujer, desesperada, comenzó a tocar la bocina del carro. El esposo se asoma por la ventana y le grita:

—Ven a recogerme mañana; ya la convencí de que la alcaldía la entierre en una fosa común para que así sea gratis el entierro...

Sonreir otro poco...

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