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Aquél era un abogado muy avaro. Sin embargo, a fin de lograr alguna ventaja competitiva con sus colegas, se compró un Rolex y un Mercedes-Benz último modelo.

A los pocos días, estuvo un buen rato buscando un lugar donde parquear, cerca de los tribunales. Ni bien vio un espacio libre, con vehemencia se entró al parqueo tocando estruendósamente la bocina de su hermoso Mercedes, “antes que otro se avive”. Sin embargo, al momento de abrir la puerta de su hermoso último modelo, un minibús que venía a una velocidad inaudita no alcanzó a frenar y golpeó la puerta. Accidente con fortuna porque, si bien la puerta salió volando, el abogado no había llegado a sacar el cuerpo del auto.

El pobre hombre, sentado todavía frente al volante, se puso a llorar como niño chiquito. La gente rodeó el auto, conmovida de las convulsivas lágrimas del hombre en shock. Rápidamente acudieron en su auxilio y una persona benevolente incluso consiguió un vaso de agua.

—Ya, ya, señor, ya pasó... hay que agradecer que no llegó a bajar del auto, porque pudo perder la vida!

El abogado balbuceante le respondió

—Es que este auto es prácticamente nuevo!!!

Una mujer mayor le increpó con molestia!

—Su auto! debería estar llorando por su brazo que ha sido arrancado en el choque!

Volviendo en sí, el abogado gritó:

—¡Mi Rolex, dónde quedó mi Rolex!

Sonreir otro poco...

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