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Caminaba el hombre cabizbajo pues le habían echado de su octavo trabajo. Y ni en éste ni en los siete anteriores, había llegado a durar una semana. Su mujer, que se había casado con él en una noche de borrachera, le había abandonado tan sólo dos días después. Su único hijo, producto de esa misma noche de borrachera, le odiaba y no quería saber nada de él. Hasta sus amigos le habrían abandonado si alguna vez los hubiese tenido. Se podría decir que estaba deprimido y desesperado y decidió lanzarse al Choqueyapu. Tomó impulso y al ir a saltar, escuchó una vocecilla:
– ¡¡¡Nooo!!!, ¡¡no lo hagas!!
Sobresaltado paró.
Luego pensó que habría sido su subconsciente y volvió a tomar impulso. De nuevo, al ir a saltar, escuchó la vocecilla que le decía:
– ¡¡¡Nooo!!!, ¡¡por favor!!, no lo hagas ¡Si saltas, me aplastarás!
Se asomó y allí lo único que vio fue una enorme rana que le estaba hablando. Y le contestó:
– Mira, es que resulta que quiero suicidarme.
– Bueno pues si de todas formas te vas a suicidar, antes podrías hacerme un favor. Resulta que no soy una rana, sino un humano que sufre un encantamiento. Para romper el encantamiento lo único que tienes que hacer es darme por culo.
– ¿Dar por culo a una rana? ¡Qué asco!
– ¿Qué más te da si te vas a suicidar? Así haces una buena obra.
Así que aquel buen hombre cogió a la rana, se escondió con ella en un lavabo público y comenzó a romper el hechizo dando por culo al animalito. En esto que el hechizo se rompió y la rana se transformó en un señor calvo que chillaba como un loco.
... Y esta es la versión de mi defendido, señor juez.
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